La Steelhead de Marcial
Por Raúl Sommariva.
Estaba indeciso, días fríos y cortos de luz hicieron congelar mis manos y pies en las dos últimas jornadas pasadas, de todas maneras el misterio del río Santa Cruz me atrapaba.
Eran las 6 de la mañana y todo estaba por preparar. Tomando mate abrí la puerta de casa, un bajo cero madrugador de lienzo negro acarició mi cara, un rápido y espontáneo reflejo encogió mis tejidos, el aire exhalado al despedir por la boca formó una pequeña nube la respiración de color tiza blanca remontó lentamente escalando el espacio.
Sorpresiva sensación de bienestar me invitó a partir. Sin pensar y preguntar el porque, comencé a cargar las cosas al Jeep.
Una rápida energía imantada delineó la senda por donde el camino me llevaría a la posición exacta, desde donde el río llamaba.
-Tac tac tac tac tac tac, en marcha la bomba inyectora hacia latir el motor. Un pequeño espesor de hielo cubría todo el parabrisas. Los espejos retrovisores también empañados de escarcha fueron bañados por el agua caliente de la pava permitiendo volver a ver a través de ellos.
Al dejarla apoyada en la hornalla, decidí llamar a Marcial, aunque a esa hora de Domingo sólo lo viejos insomnios intentan hablar por teléfono.
No se como los dedos marcaron con exactitud los números, sin prender la luz no deseaba despertar a nadie, todos dormían en casa.
Al atender, pronuncié lo más bajo posible estas palabras, antes de escuchar:
- Hola Marcial, acabo de decidir ir Santa Cruz -
- En ronca voz tartamuda contestó - ¡Pasaaaa aaaaa buscarmeee! -
Al llegar, no lo podía creer, estaba en la puerta con su perro Totó, como si hubiésemos programado el viaje.
Totó fue invitado a entrar, después de regar los árboles afuera.
Desde ahí, con su oscico corrió la cortina, sus ojos tristes miraban nuestra partida.
En viaje, el sol rojizo despertaba del suelo El camino de ripio amarró sus piedras al piso atadas con hielo. Libre de todo, cada km recorrido dejaba atrás los adoquines de duras situaciones sociales.
Casi trescientos km, y otra vez frente al magnífico río
El esplendor acompañado de una suave brisa recomponía la grata sensación de bienestar, sin palabras, admirando el silvestre paraje, el relincho de alerta rompió el silencio. Un guanaco esbelto y fuerte en la parte más alta de la meseta avisaba a la manada la presencia de nosotros, los intrusos , habíamos invadido su tierra. Corrían no tan deprisa, por las dudas se alejaban
Listos empuñamos las cañas ubicándonos donde el agua del río pierde velocidad. Las líneas flameaban en el aire, el viento arrugaba las nubes, nuestro corazón palpitaba algo más veloz lleno de alegría.
Era el lugar, ahí estaban, se deleitaron con la púrpura "Bags Banny" de cola bien larga vestida en anzuelo 4. Eran hermosas, no tan grandes, pero cada devolución alargaba la vida
De repente el reel de Marcial con velocidad comenzó a girar, solo la línea se veía metida en la parte más fuerte de la corriente, hasta que un salto acrobático al cielo mostró la silueta esbelta de una hermosa steelhead enfurecida por el engaño.
Después de varios minutos, Marcial con sus brazos cansados y su respiración algo agitada exclamaba -¡ no la puedo parar ! - fue entonces cuando sugerí bajar la punta de la caña hasta tocar el agua. Mantenida en nivel adecuado comenzó aflojar. Tirando suavemente de adelante hacia atrás en posición paralela al suelo pudo ir almacenando backing , arrimándola.
Emocionado casi lloraba, no lo podía creer. Era su primer Steelhead
Sostenida en sus manos traté de ubicar un certero disparo del flash para el recuerdo.
Regresamos al Jeep, desplegamos las patas de la mesita de camping para almorzar. Todo era alegría, con un brindis golpeamos las tazas de latas bautizando con gotas de vino el pool
Un largo sísmico ascenso entre meseta nos esperaba para ubicar el camino de ripio ayudado por la tenue luz del sol, antes que se tapara para ir a dormir
La Steelhead de Marcial algo místico encerraba, "Pertenecía al Dios de Marte". El diccionario así lo describió