El Desierto Poblado de Truchas

Por Raúl Sommariva.

     Listo y decidido, tomé el camino al Lago del Desierto. Una tira de 290 y tantos km. de asfalto y 258 de ripio nos separaban desde casa hasta el magnífico lugar.  Piny, mi Sra., había preparado todos lo bártulos, como para vivir un mes en suspenso… Sólo contábamos con 4 días.

     Una gran aventura nos esperaba, las ruedas del jeep comenzaron a girar… A 100 x hora la senda del camino pasaba entre las ruedas por debajo del capot, dejando atrás todo lo pisado.

     A unos 38 km, por ruta 5, antes de llegar a El Calafate, doblamos a la derecha tomando la 40 de "puro ripio". A 8 km y en cuesta abajo, el celeste Río Santa Cruz corría en sentido contrario a nuestro destino. Antes de cruzar el puente en Charlie Fhur, decidí parar al borde de su orilla. Admirarlo una vez más valió la pena. El chasquido de su corriente se escuchó como nunca, el viento en silencio le cedió el lugar.

     No había tiempo, la tarde era muy corta para empuñar la caña, las Steelhead quedaron para otra oportunidad.

     Nuevamente circulando, el zapateo de los neumáticos taconeaban el ripio levantando polvo al aire, subiendo el rastro a las nubes. Muy pronto la luz del cielo paulatinamente se agotó, y casi sin querer el oscuro terciopelo de la noche adelanto la presencia de un sin número de estrellas que brillando intensamente más, encendían el opaco infinito.

     Largo se nos hizo el camino, subidas y bajadas nos hicieron tomar la precaución de ir muy despacio. Como envueltos en una burbuja descubríamos la sensación de estar flotando en algún lugar de la nada. Algo de miedo nos invadió cuando de repente al finalizar una larga cuesta el puente de madera del Río Leonas hizo sonar muy fuerte sus tablas al cruzarlo.

     Preocupados aún más, disminuíamos la velocidad. Creo que de no aparecer aquella luz tenue en el bajo hoyo del Chalten, hubiese parado a la espera del amanecer.

     Habíamos viajado 188 km de un duro camino de ripio. Ya estabamos en "El Chalten". Llegamos al albergue Rancho Grande, propiedad de Javier Maceira, un joven abogado que canjeó su escritorio de Buenos Aires por la paz en la montaña.

     Mirta, la cocinera , sorprendida por nuestra visita, nos apretó con un fuerte abrazo de bienvenida. Autorizada por Javier, con sus hijas Susana y Lucia fuimos a festejar nuestro encuentro al Bodegón de Blanca del Río, una excepcional artesana cervecera. Esa noche la producción del día se agotó …

     Al día siguiente, por la tarde estabamos invitados al cumpleaños de Thomás, hijo de Lucia a festejar su primer año de vida. En estos casos es muy difícil decir no, por más que una sirena nos esté esperando en el río, así que, por la mañana salimos con Piny alrededor de las 10 hs. para regresar por la tarde lo antes posible a soplar con "los más pequeños del Chalten" su primer velita.

     Del pueblo al Lago del Desierto, 70 km de una belleza incomparable. La cumbre del Chalten (templo sagrado de los Tehuelches) rasca el cielo. En este sitio y en otros tiempos los indios esperaban a El Al que bajara de la montaña. (El Al era para ellos como para nosotros Jesucristo). Cruzamos un sin número de chorrillos y ríos: el Eléctrico, el Blanco, el Cangrejo, el Toro, el Salto, etc., pero el más atrapante el río de Las Vueltas en su embocadura con el Lago del Desierto.

     Antes de llegar al camping, cuidado por Tito, auxiliamos a tres jóvenes quienes al cruzar una alcantarilla cubierta con troncos y piedras quedaron balanceando su vehículo al desmoronarse una de las orillas. A todo ésto el tiempo transcurrió como un rayo, el reloj marcaba las 16 hs. Tomamos unos mates frente al indescriptible Lago justo en la naciente del río Las Vueltas. Un sin números de truchas arco iris ingresaban desde él al río mezclándose con otros grupos ya instalados en estupendos pozos. El agua transparente permitía observar la danza silvestre, las más pequeñas por delante de las mayores. Detrás de los vegetales acuáticos comían todo lo que pasaba fuera y dentro del agua, sólo dejaban el lugar cuando otra de mayor porte cruzaba su senda. No estábamos solos, es: "El Desierto poblado de Truchas".

     Quedé con Tito volver a la mañana siguiente a churrasquear y jugar un rato con las truchas.

     Llegamos al cumple algo tarde, pero nos estaban esperando. Muchos chicos y señoras. Para ellos, nosotros éramos la novedad. Después que cantamos y Thomás sopló su velita, juntamos las sillas en círculo comenzando, los grandes, a matear. Impresionantes y maravillosas historias... ¡cuánto nos hace falta aprender a vivir y soñar…!

     Un pueblito de 200 habitantes con sus noventa perros son valientes ejemplos llenos de solidaridad. No están solos en la montaña, El Al los protege …

     Ya listo el Jeep, no pude salir solo, se sumaron 8 al viaje, querían churrasquear en el Lago. El trayecto resultó algo largo, todas eran mujeres y hablaban al mismo tiempo. El zumbido del cotorreo apabulló mi cerebro. Al llegar y verlo a Tito, lo único que atiné a decir: ¡vamos al río a pescar…!

     Metido en el agua empuñando mi caña, la vida cambió, no lo podía creer, fueron muchas las experiencias con las arco iris para contarles…, en el mejor momento dejé de pescar para no perder nunca esa sensación de bienestar.

     "… las truchas no sólo pueblan el Desierto, comparten con El Chalten la venida desde los cielos …"

     Inexplicablemente fuí parte de la antigua tribu…