Opinión: La evolución de los materiales, ¿hasta cuando y para qué?
Por Juan José Fernandez.
La tecnología no puede detenerse (ni debe) por infinidad de motivos. El más importante es su propia inercia. Las aplicaciones son infinitas: medicina, comunicaciones, alimentación, información y todos los etcétera que se les ocurran para mejorar la calidad de vida del hombre.
A Sergei Bubka, mítico campeón de salto con garrocha, le construyen, según sus variaciones de peso, antes de cada competencia, las pértigas a medida que lo van a catapultar cada vez más alto con los componentes más evolucionados. Boron, grafito, cerámica, kevlar, etc.. A Michael Chang, le desarrollaron, computadoras mediante, el diseño de raquetas más adecuadas para incrementar su rendimiento acorde con su físico y modalidad de juego. Obviamente también se utilizaron materiales de última generación.
Tanto en un ejemplo como en otro -se podrían enumerar muchos más- hay dos factores que no pueden disociarse: la competencia y el dinero que la misma genera. Es sabido que la máquina que alimenta el consumismo no puede frenar, sin vulnerar sus intereses, la innovación de modelos y diseños. En muchos casos la diferencia entre uno y otro modelo se limita al color o al envase, pero en contenido o producto es el mismo.
En nuestro deporte/hobbie/pasión o como le llamemos, no podemos excluir este concepto. El bombardeo de nuevos productos no cesa. Líneas, cañas y reels a la cabeza, después siguen waders, chalecos y demás accesorios. Lo podemos comprobar con la nueva edición de cada revista especializada.
Como la pesca con mosca no es, en su espíritu, una actividad competitiva, el otro factor que queda en juego es Don Dinero. ¿Cuánto puede afectar que un reel de supercompuestos pese quince o dieciocho gramos menos que el modelo anterior? ¿Qué incidencia puede tener una línea que acelere su hundimiento en tres o cuatro segundos con respecto a su antecesora. ¿Quién me puede explicar las ventajas entre un chaleco de veinticuatro y el nuevo de cuarenta y ocho bolsillos?
A mi juicio este último servirá únicamente para acumular y almacenar más y más elementos de muy esporádico uso que nos cargarán en peso y volumen. Hablando de peso puede ocurrir que si tenemos un resbalón en el río semejante ancla nos hunda hasta el fondo a mayor velocidad que nuestra propia y nuevísima línea Ultra-Super-Mega-Hiper fast IX (Turbo).
Debemos sí, considerar diferencias en las cañas que contribuyen al lanzamiento a mayor distancia, pero ¿Cuánto más y para qué? Si no tenemos que ganarle a nadie (como Chang) ni saltar más alto (como Bubka), ¿qué sentido tiene, una vez que logramos un equipo balanceado y equilibrado a nuestro gusto y que seguramente nos brindó buenas piezas, seguir invirtiendo para incorporar lo que nos quieren vender y no lo que queremos comprar?
Si hacemos una proyección imaginaria de los materiales que se utilizarán en el año 2005 (no falta mucho) en los elementos de pesca, ¿con qué nos encontraremos? ¿cómo serán las cañas y las líneas, cuánto más potentes y livianas se construirán? ¿hasta dónde podremos lanzar nuestras moscas? De los anzuelos ni hablar, no se puede inventar nada más para ellos que se pueda notar, excepto que los hagan transparentes. Y no quiero ni pensar en la robótica al servicio del atado de moscas. Para esa época Bubka estará orbitando alrededor de la tierra a muchos kilómetros de altura.
Mi reflexión es la siguiente: en la medida que la tecnología nos simplifica la tarea y disimula nuestras limitaciones, proporcionalmente nos quita participación en hacer lo que más nos gusta. Más hacen los nuevos mecanismos, menos hace el hombre. Yo no quisiera que mis hijos sean meros operarios de un sofisticado equipo de pesca, sino que sean pescadores. Que intervengan pensando, equivocándose, enojándose cuando las cosas no salen y traten de corregirlas. Pienso que la participación de cada uno de nosotros en hacer lo que queremos, será en un futuro no muy lejano, lo único a lo que el sistema consumista no podrá ponerle precio ni facilidades de pago.