Tras el salmón del Pacífico Sur

Por Juan Pablo Gozio.

(Boletín Mosquero, Verano de 1999 - AAPM)

"No sacaba nada y apareció esto. Mi mayor trofeo. El Rey del viaje. Qué salmón!!!"

     Con el despegue, el avión dejaba atrás la otoñal Buenos Aires. Mientras se elevaba pensaba en las casualidades que se fueron dando para estar sentado en ese avión de LanChile. En noviembre del 97 habíamos planeado una excursión para el final de la temporada, al río que a ambos nos gusta: el Limay. Todo iba camino a eso hasta un día de febrero en el que, creyéndome el sucesor de Maradona, quise hacer una jugada mágica y me rompí el tendón de Aquiles. Todos los planes por la borda. Me tenía que operar y dos meses de reposo. Terminaba la temporada… Pasaron los días y después de la operación veo entrar a mi viejo (Juan Carlos) en el cuarto y le digo: "Llegamos justo para el cierre de temporada de Chile, andá pensando…" Recuperación, kinesiólogos, expertos y muchas ganas de pescar se conjugaron para planear la pesca hacia los últimos diez días de abril. Hacía años que queríamos hacer este viaje. El objetivo: pescar los famosos cohos del Pacífico sur. Con las referencias de mi amigo José Luis reservamos diez días en la hostería Ruca Chalwafe, ubicada cerca de Cascada, sobre el majestuoso lago Llanquihue y rendida a los pies del volcán Osorno.

"Mi viejo, con una "jumbo" arco iris.  Son de criadero pero corren como un Falcon."

     En el avión de LanChile nos encontramos con Santiago Bruzzoni y dos amigos que seguían viaje más al sur que nosotros. Después de algunos minutos de conversación, dejamos el avión lleno de escamas (y de las grandes…). Compras habituales en free shop de abordo, decenas de barros luca en el aeropuerto de Santiago, cambio de aeropuerto, unas horas de vuelo de cabotaje y finalmente nos despedimos de Santi en el aeropuerto de Puerto Montt. Ya estabamos muy cerca de los salmones... Esperamos cerca de una hora la llegada de la camioneta que nos llevaría a la hostería. Con el nivel de excitación que teníamos podríamos haber llegado al trotecito, pero por suerte para nuestras piernas, nuestro transporte llegó. Hora y media paseando por la orilla del lago, imaginando qué clase de monstruos podrían habitar semejante cantidad de agua y evaluando con qué mosca picarían… Llegamos!!!! Nos recibió afectuosamente Pancho Barrena, ilustre pescador de la zona y divertido compañero de pesca. Después de las presentaciones de rigor, lanzó su frase: "Apúrense huevones, el lago está harto de pescado!!!" Nos acomodamos rápidamente en una habitación con una hermosa vista del lago. La hostería nos gustaba. Mucha madera, cálida, cómoda y con las paredes cubiertas de fotos de grandes salmones. Grandes, muy grandes… Joder!, no vinimos a disfrutar de la hostería, era hora de empezar.

     Propuse partir a pinchar algún salmón, que a esta altura del frenesí , en mi cabeza medían 4 metros de largo y pesaban 230 kilos. Mi viejo vio la llovizna, se acordó del largo viaje, miró la cama, y me hizo un gesto como de: "Vos estás loco, yo me voy al sobre. Igual ahora no hay nada, mañana salimos tempranito…" Había escuchado esa frase más de mil veces y sabía que implicaba una pesca excelente. También sabía que el tempranito de mi papá eran las 9.00 hs, a diferencia de mi tempranito que eran las 5.00 AM. Volando bajé a cambiarme. Me calcé los waders. El neoprene parecía plástico. Los zapatos, por ser el primer día, estaban secos. Mientras trataba de ponerme los zapatos de vadeo pensaba en la madre del fabricante y en el millón de maneras que había para aliviar esta tortura. Recorrí la lista que los años fijaron en mi memoria. Chaleco: OK. Dos mil moscas, para usar siempre los mismos 8 o 10 modelos: OK. Pinzas, pincitas, pinzotas, alicates, flota-no-se-que, cuatro millones de metros de tippets (hasta 7X llevé!!!), repelente (para qué?), secamosca, anteojos, pins por todos lados, cámara de fotos, pin de la AAPM, mi pañuelo rojo y demás cábalas, etc., etc., etc.: OK. Chequeé el peso del chaleco para verificar si me faltaba algo. Veintidós kilos exactos, estaba todo… Mi aspecto era similar al de un marine americano experto en operaciones de espionaje submarino, pero con un aire a John Wayne. El wader me apretaba un poco, los zapatos dejaron mis pies totalmente insensibles y el chaleco me produjo luxación de hombro sólo al apoyarlo. Ah, me olvidaba del sombrero. Ala ancha, cowboy style, mosca de salmón del Atlántico clavada al costado: el clásico de la Fly Fisherman, de pura pinta nomás. Me hacía transpirar la azotea. Así las cosas empecé a armar la caña. Desesperado como estaba, tardé treinta segundos en poner el reel, enchufar los 40 tramos, alinearlos y pasar la línea por los 200 pasahilos (menos uno: el primero). Sentí la tentación de empezar a pescar así y ahorrarme la nueva pasada. Pero no. Todo de nuevo. Até la mosca. Un pollo disecado, teñido en seis colores fluorescentes y atado a un anzuelo Tartuna 18/0 big eye (para pasar el tipett del 0.80). La cola de la mosca eran unas plumas de cola de pavo real, enteras… Cuando vi la mosca me asusté. Ahí comprendí que todas las fantasías elaboradas en la mesa de atado son sólo eso: fantasías. No había pez capaz de comerse semejante mamarracho. Víctor, uno de los ayudantes del lodge, sentenció: "Acá se pesca con una verdecita con bataráz…" Traducido a nuestro sofisticado idioma era una Wooly Bugger nro. 6, cola de marabou verde oliva, chenille al tono y hackle de cola de gallo grizzly. Mosca que, por supuesto, no había traído. Puse algo parecido, en verde y me lancé a la aventura.

"Un día en el Paraíso.  Doblete de Coho en una mañana inolvidable."

     Después de los treinta minutos más largos de mi vida y de la cuesta más alta jamás subida, me encontré con el lago. ¡Qué digo lago, era un mar! El viento, de frente, generaba olas de casi un metro en la orilla, que, para colmo, estaba sembrada de piedras bochas grandes cubiertas de verdín. El primer día de pesca, caña RPL 890 en mano, shooting gris oscuro, un amnesia rebelde y sin flotalíneas, y los dedos casi engangrenados por el frío no son buena combinación para un cast feliz. Los mejores tiros iban hacia delante, los otros… Cada dos tiros dejaba una mosca. Poco a poco se iba haciendo de noche y mi regreso a oscuras se complicaba. Como no había nada, perdón, cómo yo no pescaba nada, emprendí el regreso. Cuarenta minutos me separaban de la gloria: una picada como Dios manda, los mejores embutidos, Pisco y la estufa a leña. Cuando llegué fui foco de cargadas por parte de mi viejo que repitió su frase: "Viste, yo sabía que con esta llovizna y viento no iba a haber nada…" No hice comentarios y me concentré en las delicias.

     Esa noche llegó Beto Rodríguez con un amigo, Horacio. El encuentro fue pura casualidad. Compartimos experiencias de viaje, y planificamos el madrugón del día siguiente. "Acá se pesca casi de noche", nos había dicho Pancho. Le hicimos caso, bajo protesta de mi viejo, para quien la pesca empieza a media mañana… Después de atar unas cuantas "verdecita con bataráz" y contando las magras horas de sueño fuimos a dormir. ¿Dormir? Poco. Los pensamientos volaban, los salmones saltaban en mi mente, sacaban línea y cortaban al final del backing… El sueño tardó un poco en venir, pero luego llegó la oscuridad…

     Nos despertó el teléfono. Eran las 6.00 AM, noche cerrada. Me miré al espejo del baño y me alegré. No era el de mi casa y no estaba afeitándome para ir a la oficina. Estaba preparándome para la pesca. Batí records de velocidad y estuve listo primero. El olor a café se filtraba a través de las maderas del piso de la habitación. La cocina estaba justo abajo. Bajamos con el arsenal, al que agregamos linternas. Desayuno de abundante poder calórico para despertar las neuronas, martirio de los waders (ahora agravado por los zapatos ya húmedos y helados), armado de la caña a oscuras, atado al tanteo de la mosca, frío, el resto lo conocen. Eramos 6 o 7 pescadores, entre los cuales estaba Carlos Ingrasia, que había llegado a la madrugada. Conocedor, el hombre, salió primero y copó los mejores lugares. Nosotros, media hora más tarde, entramos al lago con el sol saliendo. Grave error. Había que estar antes. Empezamos a castear. Mi amnesia parecía endiablado, no le encontraba la vuelta. Como no conocíamos el lugar enganchamos cerca de 1000 moscas y perdimos 500 yardas de tippet. Yo hasta dejé un shooting. Beto pescó bien. Metió unas arco iris con huevitos de salmón, saltarinas, fuertes, salvajes, de las que luego una fue tapa del Boletín. Nosotros, sapo total. Seguíamos sin encontrarle la vuelta. Los salmones: ausentes. La tarde fue distinta, más ventosa y favorable a mis moscas. Clavé un salmoncito salar y una arco iris. Nada grande, pero eran los primeros!!!! La mosca: una cosa espantosa. Una rabitt oliva, atada hacia arriba y con cuerpo de chenille verde fluorescente. No aten muchas, anduvo sólo ese día…

"Con Panchito Barrena y un Salar chico.  "Está harto e´pescao, huevón", había dicho."

     Esa noche conocimos a dos cordobeses divertidísimos: Lucio y Luis. Los vimos en el lago. Cuando llegamos a pescar a la tarde, estaban en el lugar bueno. Yo los miré con algo de asco y me alejé, sólo un poco, esperando el descuido para entrar por el segundo palo, mandar un centro al área y ubicarme mejor. Sin embargo, allí donde estaba clavé la arco iris y el salmoncito. En cada captura los miraba con soslayo, quizás pensando: " ¿Ven? No es cuestión de lugar, hay que saber…" Qué bobo!!! Después se dio la charla y al rato éramos como chanchos. Desde ese día no paramos de reírnos, hasta que se fueron. Y nos alegramos de las pescas de cada uno. Es más divertido así…

     Regada con abundante vino chileno, la cena se pobló de comentarios sobre hazañas pasadas, técnicas ampliamente comentadas y nunca usadas, moscas de epopeyas, asociaciones y clubes, figuras del "ambiente" y otros temas que sólo compartimos los mosqueros. Ninguna mentira, alguna exageración aceptable, muchos buenos recuerdos y el común denominador: la amistad. Después de la cena, a reponer las moscas perdidas, a atar más las que funcionaron y a copiar algún invento circense de Pancho. Un Cohiba y al sobre, diciendo unas oraciones para que llueva. Factor fundamental en esta pesca.

     Al día siguiente, cuando desperté miré el reloj: 6.00 AM. Ya estaba con los waders puestos, en el lago con el agua a la rodilla y casteando. Es increíble las cosas que uno hace dormido. Otra mañana mala. Como llegué primero, elegí el mejor lugar: la salida del arroyito. Me paré justo en la salida. El agua bajaba a punto de congelamiento y ya para las 8.00 no sentía los dedos. Tampoco había sido mi día. Cómo a las 9.00 se levantó un viento fuerte de frente. Era increíble, después de la lluvia de la noche y con el viento, los salmones se arrimaban a la costa. Los cardúmenes pasaban colorados, surfeando entre las olas, a cuatro o cinco metros de la costa. Entre los salmones había arco iris grandes que se alimentaban en el borde del oleaje y tomaban imitaciones huevitos. Todos pescaban, menos yo. Claro, tiraba cada vez más lejos y los pescados estaban a tiro de patada. Empecé a observar y acorté los tiros. En un momento el mundo se paralizó. La tierra dejó de girar. El tiempo se detuvo. La línea se tensó, tan fuerte como mis músculos. Tuve "EL" pique. Me afirmé, recogí furiosamente el amnesia libre y me preparé para traerlo. Bah, un decir, para que venga cuando quiera. No lo podía parar. Corrió hacia fuera, no se cuántos metros pero empezó a salir backing de mi reel (shooting, amnesia y… gracias a Dios que está el backing!!). Se detuvo lejos y pegó un salto. Era grande. Era el más grande para mí. Ya le había sacado algunas truchas buenas al Limay, a la Boca, pero este era otro tema. Lo iba trayendo y a unos veinte metros, cruzó hacia la izquierda corriendo más largo que en la primera corrida. Mi concentración llegaba al máximo. Eramos él y yo unidos por una línea, tensa, muy tensa… Lo seguí por la costa, evitando unos troncos hasta que volvía a acercarlo. Me regaló otro salto a unos quince metros y me dejó apreciarlo en todo su esplendor. Era majestuoso. El Rey del lago. Era "EL" pescado del viaje. Sabía que no tenía que perderlo. Sus fuerzas iban bajando, junto con las mías y con mucho cuidado fui tratando de tomarlo del remo. Tenía miedo que, después de una pelea tan larga, se hubiera agrandado la clavada del anzuelo y perdiendo solo un poco de tensión podría perderlo. Lo arrimé. Las olas me pegaban en el pecho. Estaba empapado. Sentía ese hilo de agua furtivo que se desliza en las zonas erógenas y delata la entrada de agua en el wader. No importaba. Recién pude tomarlo por la cola después de varios intentos. Cuando lo sujeté, giré y vi a mi viejo que manoteaba la cámara de fotos y no paraba de disparar. Se debatía entre filmar y sacar fotos, estaba tan contento como yo. Lo arrimamos a la orilla, fotos de rigor, recuerdo inmortalizado en celuloide y filmación de la devolución. Porque lo devolví. Era demasiado bello para verlo seco en la tierra, con una expresión de muerte y despojado de su belleza. En cambio lo vi recuperarse de la fatiga y nadar hacia las profundidades del lago. Abrazos, felicitaciones, momentos inolvidables. La gloria total. Algún ingeniero o contador se preguntará cuánto pesaba. Importa? Es el peso lo que más importa? O es sólo una anécdota entre tantas emociones? La verdad es que no lo pesé. La operación de pesaje puede ser muy traumática para el pez. Andaría cerca de los 6 kilos, ningún record mundial, sólo mío, y para el recuerdo eterno…

"Costó un madrugón pero salió.  Despertándose, Juan Carlos y su pescado grande."

     Después de eso seguí pescando más tranquilo. Sorprendentemente empecé a pescar más y mejor. Estaba tranquilo. Filmé a mi viejo sacando la arco iris más grande de su vida y fotografié la sonrisa de oreja a oreja que tenía mientras la sostenía exhausto. Qué pescado!!!

     Los días siguientes se sucedieron más o menos en la misma forma. La pesca fluctuó casi como el tiempo. El último día cambiamos de lugar. Víctor nos llevó a un rincón donde desaguaba un arroyo. Era una bahía escondida, con una casa en la orilla. Algún visionario se había hecho una señora casa en un lugar paradisíaco. Pedimos permiso y empezamos a pescar. Mi viejo clavó un arco iris que físicamente parecía un sábalo pero peleaba como un toro. Le sacó backing. Saltó 6 veces. Iba, venía y se volvía a ir. Impresionante. Después nos enteramos que las que tenían esa forma eran fugitivas de las jaulas. Algún otro nos dijo con tono soberbio: "Son una porquería porque no son salvajes…" Hay de todo en la viña del Señor. Cómo era el último día decidí no volver a almorzar y me quedé solo. Para mi viejo era el plan perfecto: morfi y siesta, sin hijo que embrome para llevarlo a pescar. Yo me quedé admirando el paisaje. Escuchaba el fluir del arroyo entre las rocas. Junté unas ninfas. Había de todo: cassed caddies, mayflies, stones y scuds. Estaba cansado. Entonces cumplí un viejo sueño. Encontré una piedra que me sirvió de respaldo, me senté con el agua cubriéndome las piernas y mirando al sol me dormí. El sonido del arroyo era como una canción de cuna. Medio dormido, me levanté y decidí hacer unos tiritos. Wet tip, ninfita Tellico #12 atada prolija, leader cortito y algo lastrado, lenta recuperación y Good Show! Al segundo tiro clavo una arco iris de unos tres kilos. Peleadora como la de mi viejo, pero salvaje. Gorda, muy gorda. La RPL690 aguantaba los cabezazos y corridas con absoluta impotencia. La varé en la orilla y quedé sorprendido por sus colores. El sol estaba fuerte, el agua era transparente hasta el fondo. Mi trucha brillaba con destellos color arco iris. Magia. La dejé en el agua y quedé absorto observándola por unos minutos. Qué belleza!!! Se recuperó y salió nadando rápidamente. Parecía todo parte de un sueño. Me volví a acomodar y seguí dormitando hasta que la voz de mi viejo me trajo a la realidad. Unos sandwiches y coca me salvaban la vida. Seguimos pescando, tranquilos, disfrutando. Volvimos a la noche. Ya no quedaba nadie en la hostería. Pancho nos divertía con sus anécdotas.

     A la mañana siguiente el sueño se rompió cuando cargamos nuestras cosas en un taxi y pusimos proa a Buenos Aires. Atrás: dejamos una de las mejores pesquerías de nuestra vida. Adelante: nos vemos volviendo pronto.