Lago Fagnano: pesca en el fin del mundo
Por Omar "Banana" Martínez.
La experiencia que les voy a narrar la viví el primer fin de semana de Marzo. Un par de amigos mosqueros de Buenos Aires, me llamaron para invitarme a pescar a Tierra del Fuego, al Lago Fagnano; ellos ya tenían una reserva hecha en una hostería en el mismo lago. El servicio era completo, nos iban a buscar al aeropuerto, y en el lugar teníamos pensión completa, y servicio de guía.
Lo primero que pensé fue en las Marrones de Río Grande..... estar tan cerca y no poder tirarles una sola mosca?!, por supuesto busqué información en algunos amigos que conocían Tierra del Fuego e inclusive el Fagnano. Mapa en mano comencé a hacerme la película, y supuse que la hostería era la que se encuentra en la cabecera del lago. Desde allí hasta el Río Ewans no había más de 60 km., y sabía que este era un pesquero fantástico para las grandes Sea Trout. Mi "bobo" comenzó a latir más fuerte con solo pensar que en alguna de las dos mañanas que teníamos, podríamos ir a ese lugar.
Cabe aclarar que el Vasco Echeverría, propietario de la Hostería, los puede ir a buscar al aeropuerto de Río Grande, puesto que él vive en esa ciudad, yo fui a parar a Ushuaia por un "pequeño mal entendido", así que el pobre ibérico tuvo un poquito más de trabajo y algunos kilómetros adicionales para su camioneta.
Salimos de Ushuaia por la ruta tres rumbo al Fagnano, pasando por el valle de los Huskies, el Paso Garibaldi con 430 m snm., y donde termina el Lago Escondido, tomamos un camino de tierra hacia el oeste, para esto ya me había enterado que a la hostería se llegaba únicamente navegando y se encontraba a 17 km. de donde nos embarcábamos, una bahía lateral muy tranquila llamada El Palacio, lugar hacia donde estabamos yendo.
El Lago Fagnano tiene una longitud de 117 km. por un ancho promedio de 7 km.; ubicado de oeste a este, es un tubo por el cual, cuando hay viento, se deslizan grandes olas. Para incrementar la aventura cuando llegó el gomón el lago parecía un mar, así que antes de embarcarnos nos pusimos los waders, sacos de agua y salvavidas.
El gomón es uno de 4,80 mts. con un motor enduro 40 HP, "ningún transbordador", en el cual cargamos nuestro equipaje (típico de mosquero), todos los víveres que había comprado el Vasco para atendernos, dos bidones de 50 lts, nosotros tres, él y su hijo Gabriel, el timonel.
El viaje hasta Bahía Torito, donde está la hostería, se prolongó por una hora y media, chupando agua como locos, pero llegamos. El lugar es realmente hermoso, sobre todo pensando que se hizo trasladando los materiales por ese lago gigante, realmente a pulmón y... casi en el fin del mundo!!. Cuenta con varias cabañas en construcción y la hostería propiamente dicha, en la que se encuentra el comedor, con un tambor a leña que llega bramar de la mano de Don Soto, un personaje, quien no sobresalía del piso más de un metro cuarenta y cara tallada a mano, que leía Acción de Punta (llevé dos ejemplares) lupa de por medio. Al lado de la "estufa" hay un tendal donde colgamos todo para que se seque, bien para pescadores. La cocina, muy bien manejada por Don Juan Riquelme, un genio de "la económica", que nos esperaba a la vuelta de pescar con todo listo para cenar; una sopa caliente, entradas realmente sorprendentes, un plato fuerte muy abundante y postre, todo muy bueno. De los desayunos ni hablar, tipo onces chilenas, quesos, fiambres, dulces tostadas, etc. Excelentes.
Las habitaciones son cómodas, camas de plaza y media, sábanas muy limpias, y esas cobijas "tipo chile", que una vez dentro de la cama te prensan y aunque no se aseguren debajo del colchón, no se mueven un centímetro. Buenos baños con duchas bien calientes. Con esto se dan una idea de como es la hostería, si bien no es un "Realais & Chateux", es realmente muy confortable.
Bueno, ya es hora de ir a pescar, no?
El Fagnano, como les conté se pone áspero, pero la geografía de sus costas es bastante benévola, puesto que se abren hacia los lados un sinnúmero de bahías, donde se transforma en un mundo aparte. Una vez que se secaron un poco las pilchas del cruce, nos subimos al gomón, y nos movimos hasta una de ellas que está a cinco minutos de la hostería; armamos las cañas y empezamos a pescar. Antes del viaje, en casa, había preparado un arsenal de moscas, la mayoría atadas en anzuelos grandes, incluidas algunas pancoras de las de Rubén Martín que me parecieron muy buenas en AdP. La sorpresa fue que hablando con el Vasco sobre la dieta de las truchas de la zona, nos contó que no hay cangrejos ni nada que se les parezca, comen caracoles, otros peces y algunas tardes cuando la temperatura lo permite suelen verse algunos hatches de Caddis. Así que no tuve dudas en atar una Wolly Bugger olive en anzuelo 4 con flancos de cristal flash perlado, creo que si no hubiera hablado con el Vasco igual la hubiera puesto. Me puse a tirar caminando la costa, especial para marrones, un fondo de grandes piedras poco profundo, y más allá el veril de arena. Después de cinco o seis tiros, probando un poco la profundidad del lugar, ya con el shooting en la mano, tuve mi primera emoción, el toque suave y tras la clavada una corrida lenta de unos diez metros, cuando la arrimé me encontré con un macho de marrón de más o menos dos kilos y medio, flaco pero muy lindo. La pesca empezó bastante bien, pero quince minutos después, me cansé de perder moscas así que cambié el fast IV por el III, para poder moverlo un poco más lento. Tras lograr un tiro de esos que salen de vez en cuando, y mientras esperaba que baje un poco, escuche un bocazo de esos que paran los pelos, fijé mi vista y el borbollón estaba en la misma dirección que mi línea, unos metros más acá del shooting. A mil traje la Wolly hasta que de golpe se frenó como con una piedra, e instantáneamente quebró la apacible tarde una imagen que violentamente emergió del agua, un macho marrón perfecto, que brindó una lucha tal que colmó las expectativas de esa tarde. Luego seguimos caminando esa bahía, encontré cosas bastante extrañas, el lago al estar tan cerca del nivel del mar (imagino yo), forma corrientes bastante fuertes, ya que sube y baja como con mareas, así que en algunos lugares se lanza la línea y se la trabaja como en un río, derivando, corrigiendo y después a mover el artificial. Esa tarde yo pesqué cuatro truchas y perdí otras dos en dos horas de pesca, y mis dos compañeros sacaron: "El Negro" tres y Fernando dos. Buena tarde.
En la cena comenzamos a organizar la salida del día siguiente; esta dependía sobremanera de las condiciones climáticas; la idea era llegarnos al fondo del lago, donde nace el Río Azopardo, desagüe natural del Fagnano hacia el Pacífico. Según el Vasco es uno de los mejores pesqueros de la zona. Rezando para que calme el viento puesto que para llegar allí teníamos no menos de hora y media de navegación con el lago planchado (aproximadamente 45 km.).
Por la mañana y gracias a Tata Dios, el Fagnano estaba irreconocible, y arrancamos para el tan mentado Azopardo. Por supuesto que todo no podía ser bárbaro, una lluvia tenue nos iba rociando la cara, que sumado a la temperatura ambiente, hacían sentir que se partía la cara; ni lerdo ni perezoso me acosté en la proa del bote y de esa manera no sufría el frío. Pero esto no termina ahí, faltando unos cinco minutos para llegar se levantó un viento fuerte y el lago se picó otra vez, con el agravante que al estar cerca del nacimiento las olas eran cortitas y altas así que no les puedo explicar como me quedó la espalda, la cintura y el cuello en los últimos 15 minutos de viaje. Pero bien sequito, eso si.
El lugar es imponente, no conozco nada similar de los que he pescado para compararlo, pero para describir el nacimiento del río, sus dimensiones son parecidas al Traful pero el caudal y la profundidad son bastante mayores, y debido a que en esta parte del lago entran varios arroyos que arrastran en el agua un alto grado de minerales y cenizas de un glaciar, el color del agua es extraño, algo lechoso. A raíz de esto en el fondo se deposita un manto de ese material, tornándolo resbaladizo, sumado al color del agua que no deja ver el fondo y la corriente, da un poco de miedo meterse muy adentro.
Cuando llegamos eran más o menos las diez y media, hasta que acomodé mi esqueleto y armé el equipo empezamos a pescar alrededor de las once. Me metí al agua, saqué el shooting con un par de rolls y me dispuse a estirar el monofilamento que iba a lanzar, una vez listo iba a hacer otro roll cuando me di cuenta que tenía enganchada una Fontinalis como de kilo ochocientos arriba. La saqué después de una buena pelea, era realmente hermosa, los mismos rasgos bermiculados que las nuestras, pero con sus colores más tenues. Repito la acción y otra vez lo mismo, y para esto mis dos compañeros también estaban con pique. La cantidad de truchas que hay en ese lugar es increíble, no importaba la turbidez del agua, ni a que profundidad se traía la mosca, y mucho menos la forma ni el color del artificial, en casi todos los tiros tenía un toque.
Yo quedé realmente bastante golpeado del bote. Esto sumado al frío y los años me desarticulaba un poco, así que cada dos o tres truchas, me sentaba a festejar con un buen Glenfidich, me fumaba un puchito y escudriñaba entre mi artillería de moscas buscando alguna que no tomaran, hasta que se me pasaba el dolor de espalda, de esta manera no pesqué todo el tiempo, pero aún así los resultados fueron fantásticos.
En síntesis, entre las 11 y las 14:30 hs, Gabriel, el timonel, con cucharita sacó siete, Fernando arriba de diez, "el Negro" trece y yo diecisiete, ¡ cuarenta y siete truchas ! Fontinalis entre 1,8 y 2,7 kg., Marrones de similar porte y muy pocos Arco Iris. Sacando cuentas, un promedio de algo más de tres truchas/hora que sacamos del agua, sin contar los piques sin clavar (me hizo acordar mucho a esos días de gran pesca del Llanquihue, con la diferencia que acá eran truchas lo suficientemente más vivas que los Cohos).
A las 14:30 hs. el Vasco nos tenía listo medio cordero "al palo", ya que según él, se había dejado la parrilla en la hostería. Personalmente pienso que fue una jugarreta para que sonara más telúrico, lo cierto es que estaba espectacular.
Cuando terminamos de almorzar emprendimos el regreso ya que el lago estaba bastante movido todavía. De pasada le sacamos algunas truchas más a la bahía del día anterior y regresamos a la hostería. Esa tarde fue cuando vimos a Don Soto -lupa mediante- leyendo un ejemplar de Acción de Punta.
Para el día siguiente el programa era cruzar el lago para pescar unos arroyos del frente que según el Vasco daban truchas un poco más grandes. Cuando nos levantamos el viento era bastante fuerte y las olas de casi dos metros se mostraban temerarias con "corderitos" en sus crestas, de todos modos el timonel empezó a navegar costeando porque los arroyos estaban del otro lado del lago, hacia el oeste (viento en contra), todavía cerca de la orilla era difícil avanzar, cuando veo que empieza a virar como para encarar el cruce, el temor se apoderó de los pasajeros y aunque navego bastante realmente la cosa no era muy linda, si le sumábamos el tiempo que nos iba a llevar el cruce, el día de pesca iba a ser muy húmedo y corto, así que le pedí que fuéramos a pescar en algún lugar sobre la misma margen, sin arriesgar el pellejo.
Llegamos a una bahía muy profunda, donde no se movía una hoja, la belleza era imponente, y entraba al lago un arroyo bastante grande. Aguas arriba, a unos doscientos metros de la orilla, se descolgaba del firmamento en forma de cascada de increíble encanto. A la orilla del mismo había una carpa hecha de nylon grueso y estructura de ramas de lengas, un refugio permanente que habían construido unos policías que van a pescar ahí por una senda, solo llegan caminando. Inmediatamente que llegamos armamos los equipos y al agua. La cosa estaba bastante dura, después de media hora de probar, recién mordió una Fontanales de kilo y medio, y otra vez a trabajar sin muchos resultados. Por lo tanto decidí ir hasta la cascada para conocerla. Obviamente me acompañaba mi caña. El piso está cubierto de un colchón de musgos, donde se hunden los pies casi veinte centímetros, de todos colores, rojos, azules, amarillos, blancos, realmente hermoso. Mientras disfrutaba de mi caminata, me encontré con Fernando que volvía bordeando el arroyo, me contó que en un pozo había una Fontinalis hermosa. Mi pregunta fue concreta ¿le tiraste? y Fer me respondió que era muy complicado por lo encajonado del lugar y los árboles. Fuimos los dos y por cierto no estaba fácil, sobre todo para pelearla si la clavaba. No obstante le hice un par de roll casi horizontales, pero la Matuka Blanca que tenía siempre caía en la orilla opuesta. Para no hacer más ruido la dejé derivando de ese lado, y como bailando solita empezó a cruzar el arroyo hasta que ¡zas! se prendió, fue divertido por lo raro del tiro puesto que no peleó mucho, estaba bastante flaca. Logrado el objetivo seguimos juntos hasta la cascada, a medida que avanzábamos, el agua vaporizada que flotaba en el ambiente nos indicaba que estabamos más cerca.
Cuando llegamos nos llenamos los sentidos de tanta belleza, la cascada se desprendía de unos quince metros de altura, comenzando en unos tres el ancho del arroyo, cayendo en escalones y abriéndose en un abanico hasta unos doce metros. Después de esto qué importaba pescar. Lo dejé a Fernando que se adelante, prendí un cigarrilo, destapé la petaca y disfruté de un buen trago de whisky, recordando a los amigos, sobre todo "los que gustan de la pesca y el Glenfidich", porque de pronto tomé noción de dónde estaba pescando y por primera vez sin los mosqueros de siempre, sin mis amigos, realmente los extrañé bastante. El rocío de la cascada humedecía mi rostro; y por un instante, el de mi alma... mis ojos. Le di otro beso a la petaca y volví a reunirme con el resto.
En la costa me enteré que la cosa seguía muy dura comparado con la mañana anterior, así que el Vasco, mientras cocinaba, nos mandó con Gabriel a la desembocadura de un arroyo (chorrillo le dicen allá a los arroyitos chicos). La geografía era distinta, un poco más cerca del lago abierto, por lo tanto había más oleaje y bastante viento. En la desembocadura no pasaba nada, así que relacionando la época en la que estabamos, recordé la excelente "bahía de las fontinalis", entre lo de Don Miranda y el Bonito, en mi Villa la Angostura; y aquella que está en el Huechulafquen cerca del Raquitué, donde para marzo parece que se juntaran durante un tiempo antes de iniciar la remonta y la pesca se pone muy buena a diferencia de las desembocaduras. Así que comencé a caminar la costa hacia el este, pescando. No había caminado más de cincuenta metros cuando tuve el primer pique, y en el mismo lugar saqué seis casi seguidas, otra vez en todos los tiros tenía un toque. Parece que había algo que las aglomeraba allí, igual que en los lugares antes mencionados. Luego de pescar más o menos hora y media, nos fuimos a comer. Picamos unas sopas calientes, un poco de fiambre y, como correponde, una Fontinalis a la parrilla que estaba de locos.
Mientras comíamos escuchamos un par de bocazos al lado del bote, y como en esta ocasión yo era cliente en lugar de guía, y el Vasco tenía que guardar todo, tiré unos tiros ahí y pesque una Marrón muy linda. Ya eran casi las cuatro de la tarde, así que nos llevaron a pescar a otro chorrillo que estaba de regreso a la hostería, lugar donde yo pesqué en exactamente una hora doce fontinalis de 1,200 kg. de promedio. El arroyo que venía de una castorera, golpeaba contra una roca muy alta, cortada a pique como con cuchillo y entraba al lago, Gabriel se había sentado arriba y yo desde abajo lo miraba después de tirar la mosca y le decía... va la novena y zas! la clavaba, así hasta que saqué la docena y me fui arriba para mirar como pescaban Fernando en el arroyo y el Negro desde el gomón tirando a la orilla, los dos con similar suerte. ¡Que bueno sería volver a tener nuestra pesca neuquina parecida a ésta!. En esa hora me cansé de pescar.
Esa noche jugamos unos trucos, brindamos y al día siguiente emprendimos el regreso, por supuesto con el lago bastante movido.
Nunca imaginé esto, pero hoy sueño con volver. Y lo haré. Sin dudas.