Ale vino a cuento
Por Francisco "Paco" Martínez.
Durante casi tres semanas Iris Mykiss simulaba ignorar que Arco Oncorhynchus le arrastraba la aleta. ¡Pero qué embromar, le había gustado la estampa de su pretendiente!: De unos cinco años de edad, elegante, cuerpo de líneas armónicas de unos cincuenta cm. de largo, rostro varonil con ojos vivaces y fuerte mandíbula que culminaba en un seductor pico encorvado. Sus brillantes escamas dispuestas simétricamente destacaban una franja longitudinal rosada que a las claras mostraba el enorme grado de enamoramiento. ¡Qué macho! pensó Iris. No pudo resistir más y se entregó a los requerimientos amorosos de Arco, formándose así la pareja ideal: Arco Iris.
Acaramelados rondaron durante un tiempo la boca del Río Bonito, hasta que cinco fuertes heladas de junio y unos treinta cm. de nieve caída en la primer semana de julio, fueron suficientes para bajar la temperatura de las aguas y así propiciar el inicio de las acciones preliminares del ciclo biológico de la procreación. Arco comenzó a remontar solo el río y (aunque la gente de la Fundación Salmónidos de Angostura no lo crea) con grandes dificultades sorteó unas rejas de hierro que interrumpían el paso. Poco más adelante, cuando pasaba bajo un puente, observó a tres humanos que, apoyados en la baranda, lo señalaban con sus extrañas aletas con manos, gesticulaban y emitían fuertes sonidos...¿serán seres pacíficos? se preguntó. Continuó luego andando aguas arriba hasta que, por fin, detuvo su travesía en las inmediaciones de una bellísima cascada. De aquí la enamorada Iris no se me puede escapar pensó Arco. Y efectivamente, a comienzos de agosto se produjo el arribo de su amada. Ella era un año más joven. Su cuerpo de unos cinco cm. más corto que el de él, pero muy ancho y plateado. De cabeza más bien chica y boca también pequeña con labios sensuales. Sus ojos hermosísimos...¡Era la Venus de las truchas!
Agotada por el duro peregrinaje, Iris destinó algunos días a un merecido descanso, para lo cual se refugió en el pequeño remanso que formaba una roca... y como quien no quiere la cosa, Arco se le puso a la par rozando suavemente los cuerpos. En esos instantes tan grande era el placer, que a Arco se le erizaban las escamas. Y como buen varón celoso estaba vigilante para espantar a otros machos que pudieran arrimarse atraídos por la belleza de Iris y hasta perder la vida en la contienda si fuere menester.
Repuesta ya de tamaño esfuerzo, ella eligió el sitio donde construiría su nido de amor. Allí la correntada era constante y no muy fuerte. Para mejor, las aguas eran claras, limpias y con perfecta oxigenación. Para completar la bondad del lugar, el piso era firme y estaba cubierto por una gruesa capa de grava, cuyas guijas de unos dos cm. de diámetro, parecían haber sido clasificadas para ese propósito. En derredor un magnífico paisaje: ambas ribas ornadas de aljabas con sus flores rojo-púrpura y violeta, siempre cabizbajas pero impertérritas al invierno, cientos de diferentes helechos y rocas tapizadas con el pálido verdor de los musgos y las multicolores figuras de los líquenes... como telón de fondo la hermosa cascada.
Mientras Arco se hacía el sota, Iris, restando importancia a eso de que el sexo fuerte o el débil; pero sin descuidar la gracia femenina, como danzando, dió inicio a la construcción de la cama de desove, tarea que le demandaría varias jornadas. Para ello, moviendo rápida y vigorosamente la aleta caudal, producía turbulencias que ayudaban a disgregar y barrer la grava hacia la periferia hasta lograr un espacio de forma alargada y de unos quince cm. de profundidad. Finalmente en pocas horas la corriente del Bonito habría eliminado los restos de materia orgánica adheridos a la grava. ¡La cama de desove estaba lista!
Transcurrían los comienzos de septiembre y la temperatura del agua estaba en el punto ideal. El feliz casal sintió entonces los llamados naturales de la procreación. ¡Y llegó el ansiado momento! Ambos retozaban con la alegría propia de una joven pareja en celo: Arco recorría cortos trayectos con increíbles aceleraciones y bruscas paradas. Mediante tan descarado cortejo pretendía impresionar aún más a su amada. Iris, en cambio, lo seguía efectuando sólo prudentes contorsiones porque su prominente panza no dejaba lugar a dudas: las gónadas ya reventaban. Por último iniciaron la danza del amor: Iris ascendía verticalmente en tirabuzón hasta cerca de la superficie e inmediatamente descendía de igual modo. Arco, como un eximio partenaire, rozando los cuerpos acompañaba los cadenciosos movimientos de su pareja.
¡Y Eros tocó a ambos!... Iris, efectuando movimientos musculares, al igual que las hembras humanas, comenzó a expulsar los óvulos hacia el fondo de la cama. Arco, puesto a la par, completó simultáneamente el acto sexual eyaculando un largo chorro de semen, que cual nube blancuzca envolvió la preciosa lluvia de perlas rosadas.
Pese a lo que los humanos suponen, los rostros de la pareja Arco Iris no eran fríos e imperturbables, por el contrario: en ese culminante momento, los ojos puestos en blanco y una extraordinaria sonrisa confirmaban la felicidad de haber alcanzado el clímax.
Cada óvulo que salía del vientre tardaría a lo sumo un par de minutos en cerrarse definitivamente, porque inmediatamente después que su solución salina tomara contacto con el agua dulce del río, estos se hidratarían succionando más agua a través de ese pequeño agujerito denominado micropilo; succión que ayudaría a que por él penetre un espermatozoide. Por su parte, en la espesa nube de semen los espermatozoides nadaban activamente, desesperados para no ser arrastrados por la corriente, como si supieran que sucumbirían si en menos de un minuto no lograban penetrar en un óvulo; porque en tan breve lapso, espermatozoide que no penetró en un óvulo es espermatozoide que murió y de igual manera, huevo que no recibió su espermatozoide es huevo que no fecundó.
Seguidamente Iris (siempre Iris) con su ya raída aleta caudal, corrió la grava a su primitivo sitio, cubriendo así los casi 1000 huevos que había despedido, de los cuales por diferentes causas, tan sólo unos 70 llegarían a ser peces: muchos porque no alcanzaron a fecundar, o porque los arrastró la corriente, o porque por no haber quedado cubiertos los afectó la luz solar y otros porque se convirtieron en alimento de los diversos seres que habitan el río. De lo que la pareja nunca se enteraría es que si al remontar el río hubieran quedado atrapados en las trampas que los humanos de la Fundación Salmónidos de Angostura interpusieron para realizar el desove artificial; seguramente no 70 sino unos 950 de los 1000 huevos habrían fecundado y consecuentemente, sobrevivido tan elevada proporción de alevinos.
De inmediato comenzó la etapa de incubación, cuya duración está en relación con la temperatura de las aguas. En el Bonito, con 4ºC, la incubación de los huevos de Arco Iris insumiría 113 días porque desde la fecundación hasta la eclosión se necesitan unas 450 UT (Unidad Térmica, que equivale a la sumatoria de los ºC de temperatura promedio, día por día. Ejemplo: 113 días de 4ºC promedio dan por resultado 452 UT). Durante ese lapso se produjo el lento proceso de formación y desarrollo embrionario, en el cual las células de cada huevo sufrirían una serie de divisiones y se fortalecerían los sistemas nerviosos y musculares. El saco vitelino se irrigaría y tomaría una coloración más rojiza por la presencia de gotitas de grasa. Más tarde los ojos se harían visibles por transparencia y se colorearían. Cumplida esta etapa el embrión estaría por fin formado y ya se movería dentro del huevo.
Por entonces la singular pareja Arco Iris había puesto su atención en un huevo de buen tamaño, mucho más rojizo que sus pares y con los ojos del embrión muy vivaces. Con seguridad que sería el hijo más vigoroso de la camada. Cosa inusual entre los peces, los ansiosos papás decidieron ponerle nombre: ¡Lo llamarían Alejandro!...y como a todo Alejandro lo apodarían Ale.
Ale vino a nacer allá por el 10 de diciembre, rompiendo con su diminuta cola las partes más débiles de la cubierta del huevo. Sus hermanos eclosionaron con diferencia de pocas horas, pero algunos perecieron en el intento por la fatal pretensión de romper el huevo con la cabeza. Por la Navidad de los humanos, Ale vino a asomar por primera vez de entre las guijas. Durante esas dos semanas se alimentó exclusivamente del saco vitelino mediante su reabsorción. Cuando este desapareció se convirtió entonces en un alevino con la forma de una diminuta Arco Iris.
Antes de ello Ale vino a llevarse el primer chasco de su vida: quiso prematuramente emerger de entre la grava, pero su desproporcionada barriga de renacuajo (saco vitelino) se atascó entre tres guijas. Intentó gritar en demanda de auxilio para que lo liberen, pero no pudo... claro, se lo impidió la boca que aún no estaba formada.
Al acabar con el saco vitelino ya era funcional su aparato digestivo, y ahora sí poseía boca. Ale vino entonces a hacer sus primeras experiencias en materia de autoalimentación. Al comienzo le fue fácil engullir los pequeños organismos del zooplancton, pero pronto ello le resultó insuficiente porque su cuerpo crecía rápidamente, por lo que tuvo que recurrir, por una parte a nadar con mayor agilidad y por otra a adquirir habilidad en la caza de los minihabitantes del río: anfípodos, larvas y chinches, entre otros. En eso estaba cuando se llevó su segundo susto: no le dio importancia a un enorme bicho que se le acercaba cautelosamente. Creyó que se trataba de un juego; pero cuando vió que abría la bocaza y se le abalanzaba, tomó consciencia de que él no era el único cazador del río.
Seis meses más tarde Ale vino a convertirse en un juvenil do 10 cm de largo y 15 gr. de peso. Y como a todo adolescente, pronto lo invadió la curiosidad. En los alrededores de la cascada cada cosa le resultaba conocida. Comenzaba a aburrirse de ver y oler siempre lo mismo. A diferencia de otros hermanos de camada, decidió que sería más atractivo ser migratorio que residente. Había llegado la hora de descender el curso del Bonito, previo a lo cual imprimió en su memoria genética las características y olores del lugar donde había nacido... algún día volvería.
A todo esto Arco e Iris hicieron lo de todos los peces. El amor maternal se esfumó en menos que canta un gallo. Abandonaron la cría y regresaron al Nahuel Huapi. Se mantuvieron en pareja todavía un par de temporadas, retornando a la cascada del Bonito para satisfacer sus naturales apetitos sexuales y procrear. Más tarde se separaron y volvieron al mismo sitio, pero ya apareados a otros individuos. Arco siguió siendo un excelente reproductor que llegó a vivir 14 años, convirtiéndose en pesado anciano de casi 13 Kg. y 1 m. de largo. Para Iris, en cambio, la vida fue corta pero vivida intensamente. ¡Claro, por obra y gracia de ese escultural cuerpo de diosa se le conocieron infinidad de aventuras amorosas y un montón de hijos!, pero tuvo un triste final: cuando tenía 8 años de edad, en oportunidad de remontar el Bonito para aparearse a un joven y apuesto macho, se detuvo a descansar confiadamente en un pozón. Su reacción fue tardía cuando vió que hacia ella avanzaba veloz una caña colihue con un punzante objeto metálico en la punta. Cuando se incrustó en su cuerpo el dolor fue tremendo. Finalmente un humano depredador (¿humano?) la izó y la extrajo de su natural medio. Murió tras pocos minutos de penosa agonía.
Ale pasó por otras muchas situaciones de riesgo. En una de ellas, cuando apenas tenía siete meses de edad, sobrevivió milagrosamente al ataque de una enorme hembra que intentó capturarlo. Los filosos dientes de la delicada pero implacable boca por suerte apenas rozaron su tierna aleta caudal. A Ale le quedó una gran duda... ¿Acaso no era Iris, su propia madre? En otra, cuando tenía 3 años de edad: en el atardecer de un día de pobre caza y tremendo apetito, vió de pronto posarse en la superficie una may fly. Jamás se le ocurriría pensar que era una perfecta imitación hecha por un humano... ¡pero con un objeto metálico de aguda punta! Cuando tomó consciencia de lo que ocurría, ya el anzuelo nº12 de la Adams se le había clavado en un nervio de la boca y un delgado pero resistente hilo lo arrastraba hacia la temible orilla. Luchó cuanto sus fuerzas pudieron. Saltó varias veces tratando de zafar, pero no pudo. Cansado se dejó arrastrar, hasta que el humano lo tomó con esas malditas aletas con manos, lo sacó del agua, le quitó el pinche y lo exhibió jubiloso a otros congéneres. Luego lo enfrentó a un aparato de un sólo ojo que de pronto despidió un extraño sol, para finalmente, cuando ya estaba sofocado, a Dios gracias lo devolvió a su hábitat previo oxigenarlo mediante sostenidos movimientos de vaivén.
Al año Ale era un esbelto machito de 25 cm y casi 200 gr. Ya adulto abandonó el apodo de Ale que sus olvidados padres le habían impuesto, pero adoptó definitivamente sus apellidos; es decir, Oncorhynchus Mykiss. Por estos días nuestro conocido Ale debe tener seis años de edad. Lo último que supe de él es que se convirtió en un voraz macho que medía 65 cm. y tenía un peso que rondaba los 5 Kg. Que era desconfiado, pero ágil, veloz y certero a la hora de cazar y a la vez elegante e irresistible ante las hembras a la hora de amar.
¿Dónde estarás Ale? Yo también deseo presentarte una Adams, capturarte durante los pocos instantes que sean necesarios para fotografiarnos juntos para la tapa de Acción de Punta y, sin que llegues a sofocarte, liberarte para que como Arco, vivas muchos años y contribuyas a conservar tu especie...
¡Y claro que yo me sentiría realizado!
CIPOLLETTI, Mayo de 1999.